POLÍTICA

Dejà vu

Dejà vu

Foto Copyright: lfmopinion.com

No se puede construir una democracia sobre el odio

Todo lo que nuestros partidos y medios tocan se pudre.

El atisbo juvenil por despertar contra la dictadura mediática y la inanición política terminó en asambleísmo a mano alzada, medro faccioso, manipulación juvenil y… mediática.

Ya lo señaló Moreno Wonche: "La pretensión de integrar un ‘movimiento’ sobre la base del odio a un candidato y a su partido, sin vínculos positivos entre los participantes cuyas acciones se resuelven a solas como la sexualidad incipiente, es más onanismo que activismo. La prueba es que cuando se encuentran -como ocurrió en CU el miércoles-, no se reconocen."

Y ello porque "El feisbuk y el tuiter, que se utilizan para que niños, jóvenes y adultos intercambien chismes y chistes, y erosionen la amistad hasta convertirla en baratija mediática, irrumpieron en la política electoral. Pero los instrumentos de las redes no sirven para difundir programas ni para discutir la política, pero qué tal para la difusión negativa desde un anonimato virtual que diluye la responsabilidad personal."

Sin embargo, las malas noticias no se agotan en la cooptación de la única señal de vida en estas elecciones de bostezo, sino que se prolongan en un dejà vu de ominosa perspectiva.

Esta película ya la vi varias veces y siempre termina mal. Mejor dicho, estas películas ya las vimos y solo trajeron división: El clima de estas elecciones es la mezcla corregida del 94 previo al asesinato de Colosio con el levantamiento marquista de telón de fondo y ruido estático, con la banalización y muerte de la política a manos de la publicidad foxista, con el secuestro de la democracia por el dinero y los intereses mercantilistas y sus guerras sucias, y con la deslegitimación y final remisión al diablo de las instituciones electorales del 2006. Lo anterior, sin obviar la intromisión cotidiana, impúdica e irresponsable de un Presidente que nunca fue por fobia partidista.

No se puede construir una democracia sobre el odio. La democracia es una red de encuentros, no de discordias. Parte de la aceptación de que la suerte del otro no me es para nada ajena.

Lo primero que requiere la democracia para florecer es un piso mínimo de tolerancia y de respeto. Las democracias no se califican en función de sus instrumentos y formalidades, ni de los recursos involucrados o el ruido y basura generados, sino de la convivencia civilizada y cultura de tolerancia política que recrean cotidianamente.

El triunfo de una democracia es que la elección termine con la elección, genere cohesión social y todos se dediquen a trabajar hasta que llegue el tiempo de la siguiente. Nuestras elecciones más que integrar representación y gobierno, son fábricas de conflictos e ingobernabilidad interminables.

Nuestra democracia es intolerante, luego no es.

La democracia nos debe alejar del estado de naturaleza, no llevar a él.

Hoy, sin que nadie se alarme, permean con naturalidad insospechada esfuerzos, supuestamente ciudadanos, por deslegitimar lo poco legitimable que queda de nuestra democracia.

Avanzamos hacia una democracia a mano alzada y asambleísta, en lugar de fortalecer la democracia formal. Las manifestaciones y plantones reclaman hoy, abiertamente, sustituir la legitimidad de las urnas y nadie parece darse cuenta.

Y en este juego suicida todos participan con singular alegría. Una autoridad lerda por delante: lo primero que reclama ser observador electoral es creer en la democracia, sus procesos, instrumentos e instituciones, y ser imparcial. ¿Se puede ser observador electoral cuando abierta y ostensiblemente se está rabiosamente en contra de una opción electoral y de las propias instituciones y procesos electorales?

¿Se va a observar o se va a dinamitar la elección?

El IFE, ¿abona a la democracia o cava su tumba?

Dice Paoli que el hecho de ser paranoico no niega la posibilidad de ser perseguido. Tras este clima de inquina, alcanzo a ver el trazo del anonimato enfermizo y resentimiento arraigado y tenaz de Manuel Camacho; otro que es todo fobia.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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